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Biodiversidad: seguro anti-pandemias

25 de abril de 2021

En los últimos meses, la biología, la ecología y la ciencia en general han visto su popularidad aumentada exponencialmente. Me encantaría pensar que esto ha sido debido a un creciente interés colectivo por estos campos, pero soy más pesimista, o quizá más realista. ¿Será que le hemos visto las orejas al lobo?

Desde luego, no son nuevos los avisos que alertaban sobre el peligro que el modo en el que explotamos el planeta podría entrañar. Existen referencias de décadas atrás relacionando directamente la alteración y sobreexplotación de los ecosistemas con amenazas reales para nuestra especie. La mayoría de ellas eran ignoradas desde la tranquilidad que da saberse a salvo. No obstante, todo esto cambió radicalmente hace ya más de un año.

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Lo que comenzó como un aparente alarmismo, subestimado por una mayoría en la que me incluyo, ha resultado ser uno de los mayores desafíos que nuestra especie ha tenido que enfrentar en las últimas décadas. Sí es cierto que pandemias siempre ha habido, y peores, pero no lo es menos que en este mundo globalizado e informado, el impacto tanto directo como mediático ha sido novedoso. Para muchos países, atrás quedaba ese mundo en el que la muerte forma parte natural de la vida y, pese a tener vecinos que aún vivían en esa realidad, cometimos el error de ignorarla y de creernos invencibles.

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Una cápsula microscópica compuesta por un puñado de lípidos y proteínas y rellena de un material genético simple ha puesto en jaque a la especie más asombrosa de todos los tiempos. Algo que no está vivo ha sido capaz de desafiar a la vida misma.

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Pero lejos de ahondar en lo que, por puro agotamiento, todos sabemos, y de hablar de las consecuencias que todos vivimos de la aparición de este virus, me gustaría relacionar las ideas del principio del texto con estas últimas. ¿Qué tanto hay de cierto en que esta situación se debe al modo en que hemos tratado al planeta hasta la fecha? Más aún, ¿Cómo de probable es que, si no cambiamos, surjan nuevas amenazas como la actual?

 

No me gustaría ser agorero, pero creo que tendemos a pensar que esta pandemia acabará pronto, nos dará un siglo de respiro, y la siguiente será problema de nuestros nietos. Sin embargo, la realidad es que hoy mismo podría surgir un patógeno nuevo y lo preocupante es que, cada día que pasa, este escenario se hace más probable. En este mismo momento, estamos jugando la misma partida de cartas que nos trajo el nuevo coronavirus, y volvemos a llevar las de perder.

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Lo cierto es que existe una relación directa entre la alteración de los ecosistemas y la aparición de nuevos patógenos. Son muchas las formas de justificar y explicar esto, pero una de las que más me gusta es la teoría del "efecto dilución". Para entenderla, vamos a dibujar dos escenarios:

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En el primero de ellos, el ideal, nos encontraríamos ante un ecosistema sano, sin graves alteraciones y con todos sus componentes en regla. En éste, numerosas especies de seres vivos convivirían y competirían por sus recursos, manteniéndose en un justo equilibrio. Aquí encontraríamos aves, mamíferos, reptiles, pero también plantas, hongos, insectos y otros muchos organismos.

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Si hiciésemos zoom en cada uno de ellos, observaríamos cómo estos suponen a su vez ecosistemas complejos, con más organismos habitando en su interior y siguiendo las mismas reglas del juego de la competencia y el equilibrio. En cada animal o planta encontraríamos bacterias, virus y protozoos viviendo en relativa armonía. La mayoría de estos microorganismos convivirían en un balance inteligente, evitando causar daño a su hospedador para poder sobrevivir.

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Por lo general, estos serían relativamente específicos de cada hospedador y los saltos a otros nuevos serían poco frecuentes. Pero esto no se debe a la falta de capacidad de conquistar nuevos hospedadores, que existe y es fuerte, sino al hecho de que, en ese ecosistema sano, habría menos individuos de cada especie, pero una gran variedad de estas, por lo que cada microorganismo específico estaría diluido en la población total.

 

Con relativa frecuencia, estos pequeños organismos mutarían e introducirían cambios en su información genética, al igual que lo hacen nuestras células a diario. En nuestro ecosistema ideal, los virus de un individuo que se volvieran más agresivos tendrían poco tiempo hasta encontrar a otro de su misma especie, ya que habría muchas otras especies diferentes, a priori, más difíciles de conquistar. Además, ese hospedador enfermo debería encontrar a un congénere antes de morir y transmitirle el agente. Al tratarse de una población controlada, las probabilidades de encontrarlo en poco tiempo serían bajas y esa nueva "línea" estaría abocada a extinguirse.

 

Ahora bien, dibujemos el segundo escenario, en el que se producen alteraciones en este ecosistema sano. Debido a ellas, las especies más sensibles del mismo podrían desaparecer. Pensemos en una especie de colibrí que se alimenta de una única especie de flor y que ésta a su vez es muy sensible a cambios de temperatura. Suponiendo que en el ecosistema la temperatura aumentara unos grados, esta flor moriría y, con ella, la especie de colibrí.

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Sin embargo, otras especies de colibrí que habitaran en ese bosque podrían ser menos selectivas y alimentarse de múltiples especies de flores. Por ello, si desaparecieran las primeras, sencillamente se alimentarían de otras, y ahora tendrían además más espacio para volar o hacer sus nidos, ya que la especie más especialista habría dejado un hueco importante al desaparecer.

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En este nuevo escenario, el número de especies disminuiría, mientras que el número de individuos de cada una de las supervivientes se multiplicaría. Con ello, los microorganismos que habitaran en ellas verían también aumentada su población. Al haber mayor número, por pura probabilidad, también aumentaría el número de mutaciones y, ahora sí, tendrían muy fácil replicarse y encontrar nuevos individuos, así como saltar a otras especies, ya que habría sólo un par de ellas donde antes había decenas.

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Algo que sabemos es que, con frecuencia, los microorganismos que saltan a una nueva especie generan problemas en ella que pueden ser muy graves. Tenemos múltiples ejemplos de esto en la actualidad (ébola, rabia, toxoplasmosis, VIH, Herpesvirus, virus del Nilo, gripe, etc).

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Nos encontramos ahora por tanto ante un nuevo ecosistema que, tras sufrir una alteración, tiene un alto número de individuos de unas pocas especies, y una alta probabilidad de fabricar agentes infecciosos que puedan convertirse en patógenos. Este ecosistema es, en definitiva, una zona de alto riesgo biológico.

Si a ello le sumamos la destrucción y fragmentación del hábitat y el cada vez mayor contacto del ser humano con estos ecosistemas al construir carreteras, alimentarse de esos animales, deforestar bosques, etc tenemos el problema resuelto.

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Esto es precisamente lo que ha ocurrido con el nuevo y dichoso coronavirus. Pero para quienes sean más escépticos y crean otras teorías sobre la aparición del virus, la realidad es que, si no hubiera sido esto lo que ha ocurrido, podría haberlo sido perfectamente, ya que es una teoría plausible desde el punto de vista de la biología. Más aún, ha ocurrido con infinidad de patógenos anteriores a este, con la salvedad de que quizá no haya tocado las puertas de la parte privilegiada del planeta, hasta ahora.

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Por todo ello, nuestro mejor seguro anti-pandemias consiste en preservar los ecosistemas y la biodiversidad y evitar alterarlos en la medida de lo posible. Es difícil mirar sin tocar, y poco realista, ya que tenemos que sobrevivir y, para ello, hacer uso de los recursos, pero debemos buscar la forma de hacerlo de manera sostenible si no queremos que esta sea la primera de una larga y creciente lista de amenazas.

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¡Muchas gracias como siempre por leerme y nos vemos en la próxima!

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Cuidad y cuidaos

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Bichólogo

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