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La amenaza del gigante

31 de Agosto de 2018

Con más de tres metros de altura y rondando los cinco mil kilos de peso, el mayor mamífero terrestre del planeta no produce más ruido a su paso que el quebrar de alguna rama o el resquebrajar de las cortezas. El principal motivo de mi viaje a África, en lo que más atención y recursos centraba el proyecto de investigación en el que participé, era precisamente ese: el imponente elefante africano de sabana.

 

Pero el mayor de los proboscídeos viviente es también uno de los animales más amenazados. Con casi ningún enemigo natural en estado adulto, al margen de las dificultades que entraña de por sí la vida en África, el material de sus dientes incisivos es su condena. Presentes en ambos sexos, los colmillos son una herramienta esencial en la vida de los elefantes, pese a que algunos nacen sin ellos y otros los pierden.

 

En algún triste momento, el ser humano decidió que el marfil lucía mejor en una talla que en la cabeza de estos gigantes. Y es precisamente ése el principal problema para su supervivencia. Un despiadado mercado (fundamentalmente asiático) hostiga sin descanso a gran parte del continente africano.

 

Recurriendo a la necesidad de los locales, las mafias encuentran su negocio en unos países en los que un par de colmillos de tamaño medio se venden por más de cuarenta mil dólares, mientras que el sueldo mensual no llega a los cien. Un arma vieja en manos de alguien que sólo busca ganarse el pan, acaba poniendo fin a más de cuarenta años de supervivencia en la sabana, y todo esto en cuestión de segundos.

 

Si no fuera por esta absurda amenaza, el elefante poblaría gran parte del continente sin problema alguno. Se agrupan en manadas de hembras, quienes educan y cuidan a las crías. Cuando los machos alcanzan la pubertad, abandonan el grupo y se unen entre ellos o vagan solitarios en busca de otras hembras. Recorren kilómetros y kilómetros al día sin detenerse prácticamente ni para comer. Dormitan unas escasísimas horas y continúan la marcha.

 

Se dice que el elefante es el poseedor de la mejor memoria del mundo animal, atribuyéndosele con frecuencia la capacidad de reconocer y recordar durante años a quien ha abierto fuego contra su familia. Además, aunque los cementerios de elefantes tienen más de leyenda que de realidad, sí es cierto que agrupan los huesos de los congéneres muertos que encuentran, y pasan un tiempo en la zona, como si mostraran sus respetos.

 

Pero este majestuoso animal, que tanto interés atrae por parte de occidente, unos por querer disfrutarlo y otros por quererlo muerto, recibe una consideración radicalmente diferente por parte de quienes conviven con ellos. En muchos países son considerados una plaga, lo que no facilita el trabajo de quienes luchan por conservarlos.

 

Y es que, si viviéramos en un sistema de economía de subsistencia, alimentándonos de lo poco que nos da la tierra en la estación húmeda, y un voraz e insaciable animal de cuatro toneladas acabara con nuestro cultivo en cuestión de minutos, probablemente nuestra percepción de estos seres cambiaría. Además, sea por la citada memoria o sea por pura dominancia, el elefante es uno de los animales que más muertes causa al año en África.

 

Mitificado y venerado, la realidad es que se trata de un animal que puede llegar a ser absolutamente despiadado y agresivo, cargando contra quien se encuentre en su camino y acabando con su vida de forma brutal. El ruido de una boda en la noche ha sido suficiente en alguna ocasión para que toda una manada que se encuentre por los alrededores, irrumpa arrasando con todo, enfurecida por el escándalo.

 

La convivencia entre humanos y elefantes es por tanto tan necesaria como complicada. Para hacernos una idea del impacto de estos animales sobre la población, en mi segunda visita a la ciudad en la que viví, una pequeña localidad del sur de Zambia llamada Livingstone, pregunté acerca de los elefantes con los que había estado trabajando durante meses y la respuesta fue de lo más elocuente.

 

La estación seca en esta parte de África suele durar unos seis meses, finalizando en torno a noviembre y diciembre. Es entonces cuando comienzan las lluvias, que pueden ser auténticos torrentes de agua durante treinta minutos para luego dejar una asfixiante humedad durante horas. En esta época, emergen del suelo toda clase de insectos, reptiles y anfibios, y el paisaje cambia radicalmente en cuestión de días.

 

Al parecer, los elefantes rehúyen esta temporada ya que los enfangados suelos suponen una molestia para el desplazamiento de sus pesados cuerpos. Además, los brotes más jóvenes no reúnen las condiciones nutricionales que requieren. Como resultado de esto, un paseo por el Parque Nacional de Mosi-Oa-Tunya puede pasar de ver más de cien elefantes en un día a no ver ni uno solo durante meses.

 

Pues bien, volviendo a la pregunta que hice a mis antiguos colegas acerca de incidentes con elefantes en el mes de diciembre (recordemos que es la época en la que apenas hay elefantes en Zambia) me respondieron que había habido cuatro muertes a causa de estos animales durante ese mes. Cuatro muertes en una ciudad con una población muy inferior a la de Santander. Esto puede ayudar a hacernos una idea de la dimensión del problema.

 

Sumado a esto, cuando el proyecto arrancó, las estimaciones previas sobre el censo de elefantes en el parque no llegaban a los cuarenta ejemplares. La primera mañana que montamos en el jeep, vimos en torno a ciento veinte. La falta de interés en algunos casos, y de recursos en otros, hace que el problema tome una dimensión aún mayor.

 

Y es que no hay mayor verdad que la frase que dice que no podemos conservar lo que no conocemos. Si queremos averiguar por qué los elefantes abandonan el parque e incurren en las ciudades, debemos conocer primero el número de elefantes que hay en la zona, su biología y tratar de identificarlos (sobre este proceso hablaré en futuras publicaciones).

 

En definitiva, vamos camino de que nuestros hijos y nietos no conozcan más del elefante africano de lo que nosotros sabemos del tigre dientes de sable. El animal más grande y majestuoso del planeta está en serio peligro y recibe ataques por muchos frentes. Aunque creamos que el problema es lejano, siempre podemos hacer algo para aportar nuestro granito de arena. Por mi parte, y hasta que vuelva a África, intentaré difundir parte de lo que vi y viví allí, por si a alguien pudiera serle de interés y entre todos podamos crear conciencia.

 

Muchas gracias por tu tiempo y espero que volvamos a leernos muy pronto.

 

Bichólogo.

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