top of page
IMG_1397_edited.jpg

Piezas de coleccionista

19 de Diciembre de 2018

La conservación de especies es y ha sido históricamente una de las banderas enarboladas con mayor intensidad y, si se me permite, con menor criterio de la historia de la biología. De forma natural, las especies surgen y desaparecen como resultado del producto simultáneo de procesos de especiación y extinción. No obstante, en la actualidad asistimos a una de las mayores pérdidas de biodiversidad de la historia de nuestro planeta, cuyo origen no es natural y de cuyas consecuencias no seremos conscientes hasta que quizá sea demasiado tarde.

 

El debate entre proteccionismo y progreso está sobre la mesa. Entidades de toda índole se enfrentan para decidir hasta qué punto debe primar una u otra. El resultado de la batalla, por lo general, suele estar decidido antes del comienzo.

 

Los intereses comerciales más salvajes no entienden del mañana, y en esa búsqueda de la inmediatez en los resultados y beneficios pisotean sin reparo los frutos que aún deben madurar, privando al futuro de gran parte de sus recursos y lo que es peor, lavando su conciencia con medidas que no generan ni generarán beneficio alguno.

 

Un ejemplo útil es el rinoceronte blanco, uno de los animales más amenazados del planeta. De forma similar a lo que ocurría con el elefante africano, es el material de una de sus producciones, en este caso sus cuernos, el que motiva un interés absolutamente carente de cualquier fundamento moral ni científico. La caza furtiva y la fragmentación del hábitat son los principales senderos sobre los que camina este imponente animal. Y lo hace de puntillas.

 

Pese a lo sonado de una noticia reciente en la que se hablaba de la inminente extinción de una subespecie de este mamífero, diré sin rodeos que hace unos años en Zambia no quedaba ni uno solo en estado natural. De la escasa docena que fue introducida en el país procedente de Sudáfrica, diez ejemplares y sus crías viven hoy en el Parque en el que yo estuve trabajando.

 

Con un cordón de seguridad compuesto por comprometidos oficiales del ejército que protegen día y noche sin descanso a la reducida manada, los turistas se turnan para caminar junto a estos gigantes haciéndose fotos, suponiendo ésta una fuente de ingresos primordial para el Parque y para la región.

 

Pese a la aparente buena noticia de esta introducción artificial, nacida de la necesidad surgida por una desaparición también artificial, el pronóstico de la especie no mejora en absoluto con este tipo de actividades. De hecho es más bien al contrario.

 

Para no complicar mucho el tema diremos que el mayor valor que un individuo aporta a la supervivencia de su especie está en sus genes y que,  por norma,  cuantos más individuos haya, más favorable será la situación para la misma. Sin embargo, esto no es del todo así, ya que no importa la cantidad sino la calidad. Es la variabilidad genética, el hecho de que los individuos sean más diferentes entre sí, la que garantiza un mayor abanico de respuestas ante una posible presión selectiva del ambiente.

 

Por tanto, al introducir un número tan reducido de ejemplares, jugamos con un acervo genético escasísimo. Además, se prima la reproducción de estos individuos entre sí, con lo que las generaciones de crías se van sucediendo, todas ellas fruto de un reducido tronco común.

 

No obstante, esta actividad genera unos ingresos económicos que son vitales para la gestión de la vida salvaje en la zona, pero todo ello en detrimento de la calidad genética de la especie y acentuando el problema. Debemos comentar también que el rinoceronte es lo que en biología de la conservación se conoce como una especie bandera, para la cual es más fácil remover conciencias y recaudar fondos por su carácter carismático que si habláramos de la víbora del Gabón, por poner un ejemplo.

 

Por todo ello, nos encontramos con un escenario desolador. Parece ser que la única salida de esta especie (y de muchas otras) pasa por la restricción de un número reducido de individuos en un espacio limitado, exhibiéndolos como verdaderas piezas de coleccionista, favoreciendo el cruzamiento entre parientes y por tanto mermando la variabilidad genética de las generaciones posteriores.

 

Por tanto hemos eliminado a una especie de su área de distribución natural para después, en aras de conseguir fondos para conservarla, confinarla a unas pequeñas celdas de internamiento en las que, poco a poco, van firmando su sentencia de muerte.

 

Esto, por supuesto, tiene una solución relativamente sencilla. Si se hace un buen estudio e identificación de los ejemplares, pueden trasladarse y hacerse intercambios entre distintos parques con el fin de enriquecer los cruzamientos. Pero como puedes imaginar, en África esto es casi una utopía, y en todo caso hablamos de apenas una docena de individuos para todo el país.

 

Sin embargo la alternativa posible no es mucho más alentadora. Idílicamente dispondríamos de grandes áreas de distribución de entorno protegido, permitiendo que la especie fuera poco a poco recuperándose, algo que es casi como pedirle que empiece a volar para escapar de las amenazas.

 

Con esto no pretendo dar una visión pesimista, pero sí me gustaría crear conciencia sobre la magnitud del problema que hemos ocasionado y la tibieza en las respuestas que estamos tomando. Lo ideal sería encontrar un equilibrio entre el progreso de nuestra especie y la protección de las demás, lo que entendemos como conservación; pero, como siempre, esto pasa por la conciencia colectiva y por un sacrificio de la misma naturaleza.

 

El riesgo que este tipo de actividades generan, pese a ser absolutamente necesarias por no existir alternativa, es crear una falsa confianza en que la situación está mejorando, cuando en absoluto es así. Deben existir estrategias de esta naturaleza, pero erramos al pensar que son suficientes tal y como están planteadas. Como eslabón de una larga cadena son indispensables, como principal respuesta son del todo ineficaces.

 

Debemos entender que, si la situación que ha llevado al grado de amenaza de muchas especies es multifactorial, también debe serlo la solución. Vamos dando pasitos en la dirección correcta, pero a veces el ritmo es desesperante al ver que por el carril contrario nos doblan en velocidad.

Siempre se puede generar un impacto positivo, siempre hay oídos dispuestos a escuchar y podemos hacer de altavoz poniendo voz a quienes no la tienen. El error de los científicos ha sido pensar que somos los únicos que tenemos algo que decir al respecto, cuando en realidad somos un plano más del organigrama de nuestra sociedad.

 

Espero haber podido dar otro punto de vista sobre las frecuentes y populares actividades turísticas en ésta y otras partes del mundo. Pueden ser un buen aliado pero tienen el riesgo de hacernos creer que son suficientes.

 

Muchas gracias como siempre por tu tiempo y espero que nos leamos de nuevo muy pronto,

 

Bichólogo

Si quieres estar al día de éste y otros artículos, ¡suscríbete aquí!

bottom of page